domingo, 5 de junio de 2011
Estar entre sus brazos era la sensación más maravillosa del mundo. Sus caricias por mi piel me quemaban de placer. Y en esos momentos, en pleno estallido de placer, cuando cada poro de tu piel vibra, las piernas se te quedan flojas, y te pitan los oídos, en momentos como esos, es cuando te das cuenta que merece la pena. Merece la pena esperar las semanas que hagan falta para volver a verle con tal de disfrutar de aquella sensación. Merece la pena añorarle en la cama, después de haber hablado con él por teléfono y saber que está lejos. Merece la pena oír ese “Me tengo que marchar”, con tal de contar con que, por muchos días que pasen, vas a volver a verle, y vas a volver a sentirle. Y cuando lo hagas, no encontrarás sensación que pueda superar cómo llegué a sentirme en aquel momento.
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